¿Las dos de la mañana y una jovencita deambula sola en mitad de la nada por la carretera? Os estaréis preguntando si es que estoy buscando problemas, pero la verdad es que estoy aquí después de que perdiera el autobús que me llevaba a Madrid, bueno, realmente me lo hicieron perder, pero eso ya os lo contaré más tarde. Vengo de Galicia y no, no es que esté haciendo el camino de Santiago a la inversa ni nada por el estilo, no soy tan friki, es que tengo cosas que hacer en Madrid y cuando me hicieron perder el autobús también perdí el dinero y el cargador del móvil que llevaba en mi equipaje, con lo que ni puedo coger un bus o tren para llegar a Madrid ni puedo utilizar el móvil para pedir ayuda, qué triste, con lo bien planificado que lo tenía todo. Así que no me quedó otra que ir a pata hasta la ciudad intentando hacer autostop... espero que pase algún coche pronto porque empiezo a estar agotada.
Veo luces, creo que se acerca un coche, espero que esta vez pare y no crea que soy la puta niña de la curva, los últimos tres que pasaron cuando me vieron pisaron el acelerador como si hubiesen visto un fantasma. Claro que no les culpo, llevo una pinta un tanto rara, ropa negra como si fuese de luto, el maquillaje un poco corrido por el calor que hace por el día y con unas ojeras de no haber dormido en varios días, quizás pensaron que era un demonio o una loca. ¡Vaya! Parece que esta vez tengo suerte, está parando.
—Buenas noches, jovencita, ¿se puede saber que demonios haces a estas horas en esta carretera?, ¿vienes de alguna fiesta de algún pueblo cercano o qué? —me preguntó sonriente el hombre que tendría unos cincuenta y tantos años
—No, vengo de Vigo, venía en el autobús, pero cuando paró en Tordesillas tuve un percance que me hizo perderlo.
—¿Qué?, ¿y has llegado hasta aquí andando? ¿Por qué no has cogido otro autobús o has llamado a alguien para que fuese a recogerte? —me preguntó atónito.
—Me quedé sin dinero y mi cargador del móvil lo tenía en la mochila que ahora estará a saber dónde. No me quedó otra que empezar a caminar, era eso o quedarme en aquel lugar y ver pasar el tiempo y eso no va conmigo.
—¿Y a dónde vas? —me preguntó.
—A Madrid, aunque si no va allí puede dejarme lo más cerca posible, luego ya me las apañaría yo sola, gracias.
—Ah, pues la verdad es que no voy a la capital, pero voy relativamente cerca, voy a Las Rozas, no sé si sabes dónde está. Podría acercarte y desde allí a Madrid no hay mucho, luego podrías coger un tren de Cercanías y llegarías a Madrid en poco tiempo —me recomendó en un tono muy cordial.
—Muchas gracias, menos da una piedra, me ahorro una buena caminata y un par de días de marcha cruzando las montañas —contesté aliviada refiriéndome a las montañas que separan la provincia de Segovia de la de Madrid.
Subí al coche de ese amable señor, supongo que era lo bastante carroza como para no haber oído nunca hablar de la niña de la curva, así que quizás por eso me recogió. Rondaría los cincuenta y pico, aunque yo diría que sobrepasaba los sesenta, con la clásica panza cervecera y gran parte del pelo ya en color blanco, imagino que estaría casado y llevaría una vida sedentaria y aburrida. Tenía un horrible bigote, ¿nadie le ha dicho a los tíos que lo de llevar bigote pasó de moda hace siglos? En fin, no parece peligroso, quizás me aburra contándome batallitas de cuando era joven o me hable de que le recuerdo a su hija o alguna sobrina, al menos espero que me deje dormir un poco, necesito descansar un rato y coger fuerzas para llegar Madrid.
—Y dime hija —me empezó a hablar como para iniciar una conversación— ¿quién te espera en Madrid?, ¿tienes familia allí?, ¿el novio? Anda que podría haber ido a buscarte el muy tacaño. Has hecho un largo viaje por lo que veo, debe de haber algo importante esperándote en Madrid.
—Nadie, la verdad es que voy a Madrid por otros motivos —le respondí sin querer darle más explicaciones.
—Ah, entiendo, estás en paro y piensas que en la capital será más fácil encontrar trabajo. Es normal en los tiempos que corren de crisis e inestabilidad, lo mejor es ir a la capital, ya sabes, ciudad grande mayores oportunidades. Aunque una chica guapa como tú no creo que le cueste demasiado tiempo encontrar trabajo allí. Yo cuando era joven tuve que mudarme a Barcelona porque en mi ciudad natal no había dios que trabajase. Pero tranquila, seguro que puedes encontrar un buen trabajo en Madrid, siempre hay bastante.
—Bueno, suelo conseguir lo que me propongo, así que si me diese por buscar trabajo seguro que encuentro algo —le respondí con aires de superioridad.
—Si, eso es lo malo, con la maldita crisis ahora los jóvenes lo tenéis muy mal. Un sobrino mío emigró a Canadá, dice que al principio le fue muy mal, pero pudo estabilizarse y ahora duda que quiera volver a España. Aunque seguro que vuelve, este país tiene algo que al final acabas echando de menos, supongo que será por la comida, je je je —se reía de forma larga y tendida.
—¡Uy! Tengo ahora mismo demasiadas cosas que hacer como para pensar en emigrar a otro país, creo que esa opción para mí está descartada —le dije para que dejase de comentar sobre buscar trabajo.
—Nunca descartes nada en la vida, no se sabe donde vas a terminar o que es lo que te vas a encontrar en el camino. Mírame a mí, viajaba solo y ahora llevo a una jovencita guapa y agradable con la que conversar —me dijo como queriendo empezar la típica charla de señor mayor con mucho que contar.
En ese momento extendió su mano hacia mi pierna izquierda y empezó a acariciarme, lentamente, como si quisiese tantear el terreno para ver hasta donde iba a dejarle tocarme. Me quedé quieta, como de costumbre, y él siguió tocándome desplazándose lentamente hacia mi falda. A esas alturas debió pensar que era una especie de zorra fácil que iba a dejarse meter mano a cambio de que me llevase en su coche, aunque para él hubiese sido mejor recoger a la puta niña de la curva, al menos únicamente se hubiese llevado un susto y quizás un paro cardíaco. Aminoró la marcha y se salió de la carretera en un claro. Estaba claro que este viejo con pinta inocente iba a resultar que era como todos los demás, pero como todos los demás cometería el error de pensar que yo era una frágil jovencita, una presa fácil que no se defendería... ese fue su grave error, señor.
—Así que no te espera nadie, ¿eh? Bueno entonces no tienes prisa, ¿no te importará si hacemos una pequeña parada aquí y nos divertimos un rato?, al fin y al cabo te estoy haciendo un favor llevándote, eh —me lo dijo como si le debiese la vida.
—Pero señor, esto no es correcto —le dije con mi tono de voz habitual de chiquilla inocente, me faltó ponerle ojitos de gatito para que creyera que era una estúpida cría.
—Vamos, no te preocupes, estas cosas son normales. No pasa nada porque nos divirtamos un rato, además se ve que tienes frío y yo conozco una forma de calentarte bonita —seguro que esa frase la habría utilizado varias veces a lo largo de su patética vida.
El muy cerdo pasó de ser un carroza inofensivo a convertirse en el típico pulpo, ¿por qué todos los tíos sufren esta metamorfosis?, ¿lo llevan en su puto ADN? Es tener cerca a una chica y pensar que porque te están haciendo un favor tienen el derecho de hacer con tu cuerpo lo que quieran, pero este pagaría las consecuencias de su error, como los dos pringados de Tordesillas. Ah, ¿no os he contado ese incidente? No perdí el autobús porque me quedase dormida ni porque me distrajera cuando paramos en la estación de autobuses de Tordesillas a estirar las piernas, tomarnos un café o recoger nuevos pasajeros y algunos que se quedarían en esa ciudad. Veintinueve personas bajamos de ese autobús a las cuatro y media de la madrugada de hace tres días y solo veintiséis de esas personas volvieron a subir rumbo a Madrid. De las otras tres personas que no pudimos subir una era yo, los otros eran los dos capullos que pensaron que podrían violar a una solitaria e inofensiva chica provinciana.
Cuando estaba en el autobús ya empezaron a molestarme, las típicas palabras de machote español cuando creen que quieren piropear a una chica y hacerla un favor expresando sus estúpidas ideas sin razonarlas antes de abrir la boca. Que si tengo novio, que qué hago yo solita por estos lares, que si quiero marcha... ¿en serio?, ¿tantos años de “evolución” y algunos se siguen comportando como si nunca hubiesen descendido del árbol? En fin, ya sabía que a la más mínima esos dos gilipollas iban a darme problemas, así que hice lo mejor que sé hacer, prepararme para la tormenta.
Este fragmento forma parte de la novela Luar. Camino de odio. La historia continúa en el libro completo.
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